sábado, enero 24, 2004
ROMANCE (PARTE III)
El 19 de febrero hubo una actividad extra en el Arquer y decidí ir. Llegué al lugar, aparqué y atravesé el pasillo que conduce al interior del local donde acerté a ver la espalda de Carlos y algunas otras figuras humanas que ya me resultaban conocidas. Cuál no sería mi sorpresa, cuando Carlos se giró y al verme, esbozó la sonrisa más bonita que jamás he visto. A dos metros de distancia me deslumbró, me pareció que iluminaba todo el local, y hasta después de acercarme a él, responderle a su efusivo “Hola”, darle dos besos e intercambiar alguna frase más, no fui capaz de apartar la mirada y saludar al resto de seres vivos. Es más, creo que tuvieron que venir ellos a saludarme y sacarme de mi encantamiento. Mis expectativas se multiplicaban por momentos.
Después en el restaurante, recuerdo que provoqué el sentarme al lado de Carlos, pero no consigo recordar si mi provocación era consciente o inconsciente. Me explico, a menudo me dejo llevar por... llamémoslo destino. Cuando me interesan demasiadas cosas, cuando hay demasiadas opciones, lo dejo a la suerte. Algo como lo que contaba Axque sobre dejar que los libros vengan a ti. En base a ello, en una reunión con más de 6 personas, todas ellas desconocidas (o mejor, conocidas) por igual, mi comportamiento típico habría sido sentarme la última, en el hueco que quedara libre o allí donde me indicasen que me sentara. Pero no. Me moví con un objetivo claro, casi desde antes de entrar en el restaurante: sentarme al lado de Carlos. Es por cosas como ésta (aunque éste no sea el mejor ejemplo), que digo siempre que tengo muy buena suerte, o quizá sea instinto, que en los momentos cruciales, tomo la decisión correcta e incluso peleo por la decisión correcta. Si ninguna de las opciones que se me presentan es buena, provoco la que yo quiero, aún sin saber conscientemente que la quiero.
Mi encantamiento no tuvo continuación esa noche pues no conseguí volver a cruzar mi mirada con la de él. Aprovechaba las ocasiones (que no eran pocas) en las que él hablaba, para mirarle gratuitamente. Sin embargo, él parecía tener alguna contractura en el cuello que le impedía mirar hacia mi lado, pero no me importaba, porque yo no tenía ni idea de que fuera a haber en mi vida un antes y un después de Carlos. Los puntos de inflexión que hacen que tu futuro cambie son tan insignificantes casi siempre. ¿Me daba cuenta yo de lo que se había forjado ya en mi interior y su importancia en el resto de mi vida? A veces creo que sí, pero no me preguntéis por qué. No lo sé.
Fue una velada estupenda. Carlos me hizo reir mucho con su perspicaz lengua y su agudo cerebro, a la vez que seguía permitiéndome memorizar su perfil. Acabada la velada, nos despedimos y amenazé con volver. Me fui a casa con una vitalidad y energía desconocida. ¿Todo eso estaba dentro de mí?
Entre la primera reunión y la segunda, el tiempo se me hizo largo, pero a partir de la segunda, mi excitación porque llegaran las fechas señaladas empezaba incluso a preocuparme. Ahora cabe pensar que mi impaciencia se debía a Carlos, pero estoy completamente segura de que por aquel entonces yo no lo sabía. Para mí sólo era Mensa la que me atraía. No pensaba en las reuniones como “el lugar y el momento en el que puedo intimar con Carlos”. No. Pensaba en divertirme, en salir de mi rutina, en coquetear con unos y con otros incluso, ¿por qué no?. Por otro lado, era fácil suponer que mi situación en el trabajo con mi examante, los juicios ya ganados en los que se había condenado a la empresa a readmitirme, el mobbing, las continuas caras de perro, mi madre (siempre poniendo su granito de arena), en fin, que yo necesitara una vía de escape tanto como Ana de Palacio un cerebro, tampoco era algo tan raro.
CONTINUARÁ...
El 19 de febrero hubo una actividad extra en el Arquer y decidí ir. Llegué al lugar, aparqué y atravesé el pasillo que conduce al interior del local donde acerté a ver la espalda de Carlos y algunas otras figuras humanas que ya me resultaban conocidas. Cuál no sería mi sorpresa, cuando Carlos se giró y al verme, esbozó la sonrisa más bonita que jamás he visto. A dos metros de distancia me deslumbró, me pareció que iluminaba todo el local, y hasta después de acercarme a él, responderle a su efusivo “Hola”, darle dos besos e intercambiar alguna frase más, no fui capaz de apartar la mirada y saludar al resto de seres vivos. Es más, creo que tuvieron que venir ellos a saludarme y sacarme de mi encantamiento. Mis expectativas se multiplicaban por momentos.
Después en el restaurante, recuerdo que provoqué el sentarme al lado de Carlos, pero no consigo recordar si mi provocación era consciente o inconsciente. Me explico, a menudo me dejo llevar por... llamémoslo destino. Cuando me interesan demasiadas cosas, cuando hay demasiadas opciones, lo dejo a la suerte. Algo como lo que contaba Axque sobre dejar que los libros vengan a ti. En base a ello, en una reunión con más de 6 personas, todas ellas desconocidas (o mejor, conocidas) por igual, mi comportamiento típico habría sido sentarme la última, en el hueco que quedara libre o allí donde me indicasen que me sentara. Pero no. Me moví con un objetivo claro, casi desde antes de entrar en el restaurante: sentarme al lado de Carlos. Es por cosas como ésta (aunque éste no sea el mejor ejemplo), que digo siempre que tengo muy buena suerte, o quizá sea instinto, que en los momentos cruciales, tomo la decisión correcta e incluso peleo por la decisión correcta. Si ninguna de las opciones que se me presentan es buena, provoco la que yo quiero, aún sin saber conscientemente que la quiero.
Mi encantamiento no tuvo continuación esa noche pues no conseguí volver a cruzar mi mirada con la de él. Aprovechaba las ocasiones (que no eran pocas) en las que él hablaba, para mirarle gratuitamente. Sin embargo, él parecía tener alguna contractura en el cuello que le impedía mirar hacia mi lado, pero no me importaba, porque yo no tenía ni idea de que fuera a haber en mi vida un antes y un después de Carlos. Los puntos de inflexión que hacen que tu futuro cambie son tan insignificantes casi siempre. ¿Me daba cuenta yo de lo que se había forjado ya en mi interior y su importancia en el resto de mi vida? A veces creo que sí, pero no me preguntéis por qué. No lo sé.
Fue una velada estupenda. Carlos me hizo reir mucho con su perspicaz lengua y su agudo cerebro, a la vez que seguía permitiéndome memorizar su perfil. Acabada la velada, nos despedimos y amenazé con volver. Me fui a casa con una vitalidad y energía desconocida. ¿Todo eso estaba dentro de mí?
Entre la primera reunión y la segunda, el tiempo se me hizo largo, pero a partir de la segunda, mi excitación porque llegaran las fechas señaladas empezaba incluso a preocuparme. Ahora cabe pensar que mi impaciencia se debía a Carlos, pero estoy completamente segura de que por aquel entonces yo no lo sabía. Para mí sólo era Mensa la que me atraía. No pensaba en las reuniones como “el lugar y el momento en el que puedo intimar con Carlos”. No. Pensaba en divertirme, en salir de mi rutina, en coquetear con unos y con otros incluso, ¿por qué no?. Por otro lado, era fácil suponer que mi situación en el trabajo con mi examante, los juicios ya ganados en los que se había condenado a la empresa a readmitirme, el mobbing, las continuas caras de perro, mi madre (siempre poniendo su granito de arena), en fin, que yo necesitara una vía de escape tanto como Ana de Palacio un cerebro, tampoco era algo tan raro.
CONTINUARÁ...
viernes, enero 23, 2004
ROMANCE (PARTE II)
El 11 de febrero asistí a mi primera reunión en el Viena. A pesar de que Carlos no había llegado y no conocía a nadie no me costó mucho identificar la mesa de los Mensistas. Me senté donde había sitio, junto a C. de los R. y empecé a absorber el ambiente. Al poco llegó Carlos. Le recibí con la expectación con que se recibe a la única persona de entre un grupo que conoces, pero la respuesta fue desalentadora. Recuerdo que C. de los R. dijo: “mira quién ha venido”. No estoy segura de si se lo decía a Carlos respecto a mí (la nueva) o a mí respecto a Carlos (el supervisor del test), pero el caso es que Carlos me miró, levantó la mirada equilibrándola con el horizonte como si tuviera complejo de avión y dijo: “Qué honor”, así tal cual, sin exclamaciones, y si me apuras, sin acento. No consigo recordar si hablamos algo más o se fue directamente a la otra punta de la mesa.
En fin, no era lo que esperaba, pero no me amedrenté. Aunque debo admitir que me tocó un poco las narices. No estoy acostumbrada, ni mucho menos, a ser la reina de la fiesta, pero espero (exijo) de quien me haga un desplante que tenga algún motivo. La cuestión es que el comportamiento de Carlos no lo entendí, me produjo cierta desazón pero no tenía sentido. Para condenar a alguien es muy importante que haya un móvil y cómo no lo había decidí correr un tupido velo. Así que “borré” la anécdota de mi cabeza e hice como que no le había visto.
No volví a tener contacto con él hasta después de cenar, durante el copeo en el irlandés. Allí la cosa parecía que iba bien hasta que Carlos volvió a hacer un comentario que no me acabó de agradar. Tampoco se lo tuve en cuenta porque tenía un poco más de sentido. La cosa fue que en medio de una conversación que no recuerdo, yo metí una anécdota que tenía algo que ver con el tema, pero no mucho, lo reconozco. Entonces Carlos hizo un comentario que tampoco recuerdo, un comentario completamente vacío de contenido que se usa a menudo para llenar un silencio. Sólo que no había habido ningún silencio antes de su comentario. El silencio vino después (porque yo no sé llenar esos vacíos). En definitiva, que me cortó el tema y me dio la sensación (luego supe que no) de que mis palabras no interesaban a nadie.
En fin, no fue nada grave, pero yo ya me hacía mis cábalas. Es que no encajo, es que no podía ser, siempre me pasa igual, pobre ilusa que te pensabas que por fin ibas a tener un grupo de coleguillas con el que salir de marcha... etc., etc., etc... Siempre yéndonos a lo peor. Sin embargo, me jacto de ser una persona práctica y lo demuestro. Pensé que tenía mucho más a ganar que a perder. Si realmente no encajaba no iba a ser nada nuevo y esto no es como las relaciones de pareja, que si no funciona más vale cortarlo al cabo de 2 meses que no de 1 año, por aquello de no encariñarse. No. Aquí podía estar el tiempo que yo quisiera, podía agotar todas las opciones y quemar todos los cartuchos. A peor no iba a ir. Ya estaba sola. Así que sólo podía ir a mejor o confirmarse lo que ya me temía. De manera, que aunque con escasas expectativas decidí continuar yendo a las reuniones.
CONTINUARÁ...
El 11 de febrero asistí a mi primera reunión en el Viena. A pesar de que Carlos no había llegado y no conocía a nadie no me costó mucho identificar la mesa de los Mensistas. Me senté donde había sitio, junto a C. de los R. y empecé a absorber el ambiente. Al poco llegó Carlos. Le recibí con la expectación con que se recibe a la única persona de entre un grupo que conoces, pero la respuesta fue desalentadora. Recuerdo que C. de los R. dijo: “mira quién ha venido”. No estoy segura de si se lo decía a Carlos respecto a mí (la nueva) o a mí respecto a Carlos (el supervisor del test), pero el caso es que Carlos me miró, levantó la mirada equilibrándola con el horizonte como si tuviera complejo de avión y dijo: “Qué honor”, así tal cual, sin exclamaciones, y si me apuras, sin acento. No consigo recordar si hablamos algo más o se fue directamente a la otra punta de la mesa.
En fin, no era lo que esperaba, pero no me amedrenté. Aunque debo admitir que me tocó un poco las narices. No estoy acostumbrada, ni mucho menos, a ser la reina de la fiesta, pero espero (exijo) de quien me haga un desplante que tenga algún motivo. La cuestión es que el comportamiento de Carlos no lo entendí, me produjo cierta desazón pero no tenía sentido. Para condenar a alguien es muy importante que haya un móvil y cómo no lo había decidí correr un tupido velo. Así que “borré” la anécdota de mi cabeza e hice como que no le había visto.
No volví a tener contacto con él hasta después de cenar, durante el copeo en el irlandés. Allí la cosa parecía que iba bien hasta que Carlos volvió a hacer un comentario que no me acabó de agradar. Tampoco se lo tuve en cuenta porque tenía un poco más de sentido. La cosa fue que en medio de una conversación que no recuerdo, yo metí una anécdota que tenía algo que ver con el tema, pero no mucho, lo reconozco. Entonces Carlos hizo un comentario que tampoco recuerdo, un comentario completamente vacío de contenido que se usa a menudo para llenar un silencio. Sólo que no había habido ningún silencio antes de su comentario. El silencio vino después (porque yo no sé llenar esos vacíos). En definitiva, que me cortó el tema y me dio la sensación (luego supe que no) de que mis palabras no interesaban a nadie.
En fin, no fue nada grave, pero yo ya me hacía mis cábalas. Es que no encajo, es que no podía ser, siempre me pasa igual, pobre ilusa que te pensabas que por fin ibas a tener un grupo de coleguillas con el que salir de marcha... etc., etc., etc... Siempre yéndonos a lo peor. Sin embargo, me jacto de ser una persona práctica y lo demuestro. Pensé que tenía mucho más a ganar que a perder. Si realmente no encajaba no iba a ser nada nuevo y esto no es como las relaciones de pareja, que si no funciona más vale cortarlo al cabo de 2 meses que no de 1 año, por aquello de no encariñarse. No. Aquí podía estar el tiempo que yo quisiera, podía agotar todas las opciones y quemar todos los cartuchos. A peor no iba a ir. Ya estaba sola. Así que sólo podía ir a mejor o confirmarse lo que ya me temía. De manera, que aunque con escasas expectativas decidí continuar yendo a las reuniones.
CONTINUARÁ...
ROMANCE (PARTE I)
Hoy me ha dado por revisar viejas agendas. Las suelo conservar por los teléfonos (teléfonos que supuestamente no necesitaré más y no son transcritos a las nuevas agendas) y por recordar de cuando en cuando cómo era mi vida, qué cosas ocupaban mi tiempo y demás ñoñerías. Ahora mismo estaba revisando la del 2002.
El 2002 fue un año intenso marcado principalmente por mi juicio contra Fomento (gracias al cual me embolsé un par de kilitos), mi entrada en Mensa y, como no, Carlos. Carlos, Carlos, Carlos.
He tenido cuatro relaciones importantes en mi vida (la de ahora es la quinta) pero con Carlos fue la primera vez que viví un romance (excitación previa que dura desde que alguien despierta tu atención [amorosamente hablando] hasta que te corresponde o no [hasta que se entera, vamos]).
Hasta la fecha mis romances no habían durado más de un par de días (bien porque fueron chicos fáciles, bien porque la que tenía que enterarse era yo). Pero Carlos se me resistió casi un mes. Un mes de miradas, de roces y de segundas intenciones que, finalmente, dieron su fruto. Me encantó.
Nos conocimos el 26 de enero de 2002, cuando yo fui a su despacho para hacer el test de Mensa, aunque ya habíamos hablado previamente por teléfono. Lo cierto es que no hubo flechazo. Yo estaba demasiado centrada en otras cosas. Mis intereses giraban en torno a Mensa, al C.I., y estaba en plan esponja, absorbiendo todo lo que veía y oía, que no fue más que un despacho administrativo que poco o nada tiene que ver con Mensa y algunas anécdotas sobre superdotación y sobre la secta con las que Carlos amenizaba la espera de otra aspirante que llegaba tarde. Después hice el test y nos despedimos. Creo que aún ostento el récord de “menor número de palabras pronunciadas en una sesión de test”. Por si a alguien le interesa batirlo, el récord está en 4 palabras (Hola, Sí, Curiosidad y Chao).
CONTINUARÁ...
Hoy me ha dado por revisar viejas agendas. Las suelo conservar por los teléfonos (teléfonos que supuestamente no necesitaré más y no son transcritos a las nuevas agendas) y por recordar de cuando en cuando cómo era mi vida, qué cosas ocupaban mi tiempo y demás ñoñerías. Ahora mismo estaba revisando la del 2002.
El 2002 fue un año intenso marcado principalmente por mi juicio contra Fomento (gracias al cual me embolsé un par de kilitos), mi entrada en Mensa y, como no, Carlos. Carlos, Carlos, Carlos.
He tenido cuatro relaciones importantes en mi vida (la de ahora es la quinta) pero con Carlos fue la primera vez que viví un romance (excitación previa que dura desde que alguien despierta tu atención [amorosamente hablando] hasta que te corresponde o no [hasta que se entera, vamos]).
Hasta la fecha mis romances no habían durado más de un par de días (bien porque fueron chicos fáciles, bien porque la que tenía que enterarse era yo). Pero Carlos se me resistió casi un mes. Un mes de miradas, de roces y de segundas intenciones que, finalmente, dieron su fruto. Me encantó.
Nos conocimos el 26 de enero de 2002, cuando yo fui a su despacho para hacer el test de Mensa, aunque ya habíamos hablado previamente por teléfono. Lo cierto es que no hubo flechazo. Yo estaba demasiado centrada en otras cosas. Mis intereses giraban en torno a Mensa, al C.I., y estaba en plan esponja, absorbiendo todo lo que veía y oía, que no fue más que un despacho administrativo que poco o nada tiene que ver con Mensa y algunas anécdotas sobre superdotación y sobre la secta con las que Carlos amenizaba la espera de otra aspirante que llegaba tarde. Después hice el test y nos despedimos. Creo que aún ostento el récord de “menor número de palabras pronunciadas en una sesión de test”. Por si a alguien le interesa batirlo, el récord está en 4 palabras (Hola, Sí, Curiosidad y Chao).
CONTINUARÁ...