sábado, noviembre 29, 2003
SENTIDO Y SENSIBILIDAD
La sensibilidad es una virtud que te enseña a tener en cuenta los sentimientos y necesidades de los demás, te enseña a ser una buena persona. La hipersensibilidad te enseña a poner a los demás siempre por encima, te hace fuerte a la hora de soportar carencias en pro de que no tengan que soportarlas otros, te hace débil a la hora de soportar el sufrimiento ajeno. Entre otras cosas.
Yo he sido hipersensible desde pequeña y creo que ya he aprendido todo lo que eso tenía que enseñarme. Creo que ya he sido o he intentado durante mucho tiempo ser una buena persona, y si no lo he conseguido no habrá sido por falta de teoría, sino por incapacidad de llevarlo a la práctica. En adelante, el chip de la hipersensibilidad, de la empatía extrema, me lo guardo en una cajita para las emergencias de los amigos. Es hora de dejar de sufrir y empezar a disfrutar de todo lo que he cosechado.
Al escribirlo así, parece que esté hablando de una decisión tomada libremente, pero no lo es. En realidad, ayer me di cuenta de que mi comportamiento es diferente desde hace una semana. Ahora soy más frívola, superficial y divertida. También soy más feliz. Por ello quiero lanzar mis agradecimientos: gracias a V por haber puesto la gotita que colmó el vaso, gracias a E por haber colaborado más que 30 personas juntas a llenar ese vaso, gracias también a los consocios de internet que han puesto su granito de arena entre todos y alguien habrá que me dejo. En general, gracias a todos los mensistas, por haberme dado ostias que en lugar de cerrar mis ojos, los han abierto. Vosotros no esperáis este agradecimiento. Quizá ni sabéis de qué hablo. Pero, aún así, gracias. Si antes de entrar en Mensa hubiera tenido amigos, esto ya sería un capítulo antiguo, pero en fin, más vale tarde que nunca.
En definitiva, renuncio también a mi perfeccionismo y a mi orgullo. El argumento de: “si te comportas así no serás mejor que él/ella/ellos” ya no es útil conmigo, pues ya no deseo ser mejor que nadie, ni mucho menos ser perfecta. O quizá sí lo deseo como quien desea que le toque la lotería pero sigue sin comprar boletos. La resignación es una gran virtud. Aprender a aceptar tus propias limitaciones y las de los demás es un regalo. He comprendido por fin, que es más fácil que te caiga un rayo que recibir una alabanza de valor. He comprendido por fin, que se puede vivir sin ellas, que generalmente, el problema no es tanto que los demás no tengan buenos sentimientos hacia ti, sino que les cuesta muchísimo comunicarlo. Esto último no acierto a comprenderlo, pero es así como funciona. Lo he visto muchas veces. Para cantarle a alguien la caña, hay 20.000 voluntarios, pero para hablar bien o ensalzar, tiene que salir alguien que sea muy, muy, muy amigo. En serio, la última vez que me fijé que alguien salía en defensa de otro alguien, además de defenderle, se guardaba unas líneas también para excusarse: “yo defiendo a fulanito porque es muy amigo mío o porque en tal ocasión se mantuvo a mi lado y me ayudó, etc.”. Siempre dejando bien claro que no eres un pelota lameculos, que por lo que se ve debe ser algo muy malo. En fin, cosas veredes.
Así pues, mi fracaso en el terreno de ser una buena persona, se ha convertido en una liberación. ¿O será que el que no se consuela es por que no quiere?. Sí, lo que leéis, estoy diciendo que ya no pretendo ser una persona maravillosa, que creo que ser una persona normalita tampoco está tan mal, que basta con no hacer daño a nadie, y que ya está bien de preocuparse y de sufrir por problemas ajenos, ya está bien de meterse en la vida de la gente a solucionar sus problemas sin que nadie te haya llamado, a sentir impotencia cuando no puedes ayudar y a dejar que el orgullo y la soberbia me consuman cuando, a pesar de que me ven llegar en un Mercedes* no se creen que soy capaz de enseñarles cómo conseguir uno. Que mi vida sea maravillosa y perfecta no es un argumento de peso para nadie. Quizá creen que es cuestión de buena o mala suerte y que ellos jamás podrán conseguirlo. Lo cierto es que esta sensación recuerda un poco a lo que cuentan los padres sobre ver que sus hijos se van a llevar un palo y no poder hacer nada por evitarlo porque “la juventud no escucha”. Me alegro muchísimo de haber comprendido este punto, que no tengo nada que hacer en vida ajena ni es el objetivo de mi vida ser maestra de nadie, que aunque todos mis problemas estén superados y mis necesidades cubiertas, tengo que encontrar otra manera de entretenerme. La hipersensibilidad y el exceso de tiempo libre, te llevan a querer hacerle de padre a todo el mundo y eso es malo para ti porque es completamente inútil para los demás. O al menos, mi experiencia así me lo ha mostrado.
De lejos, acierto a ver una parte negativa en todo este asunto. Pero, en realidad, no estoy segura de que sea negativa. En cualquier caso, lo dejaré para cuando lo vea de más cerca.
* Lo del Mercedes es una metáfora que poco tiene que ver con el nivel adquisitivo.
La sensibilidad es una virtud que te enseña a tener en cuenta los sentimientos y necesidades de los demás, te enseña a ser una buena persona. La hipersensibilidad te enseña a poner a los demás siempre por encima, te hace fuerte a la hora de soportar carencias en pro de que no tengan que soportarlas otros, te hace débil a la hora de soportar el sufrimiento ajeno. Entre otras cosas.
Yo he sido hipersensible desde pequeña y creo que ya he aprendido todo lo que eso tenía que enseñarme. Creo que ya he sido o he intentado durante mucho tiempo ser una buena persona, y si no lo he conseguido no habrá sido por falta de teoría, sino por incapacidad de llevarlo a la práctica. En adelante, el chip de la hipersensibilidad, de la empatía extrema, me lo guardo en una cajita para las emergencias de los amigos. Es hora de dejar de sufrir y empezar a disfrutar de todo lo que he cosechado.
Al escribirlo así, parece que esté hablando de una decisión tomada libremente, pero no lo es. En realidad, ayer me di cuenta de que mi comportamiento es diferente desde hace una semana. Ahora soy más frívola, superficial y divertida. También soy más feliz. Por ello quiero lanzar mis agradecimientos: gracias a V por haber puesto la gotita que colmó el vaso, gracias a E por haber colaborado más que 30 personas juntas a llenar ese vaso, gracias también a los consocios de internet que han puesto su granito de arena entre todos y alguien habrá que me dejo. En general, gracias a todos los mensistas, por haberme dado ostias que en lugar de cerrar mis ojos, los han abierto. Vosotros no esperáis este agradecimiento. Quizá ni sabéis de qué hablo. Pero, aún así, gracias. Si antes de entrar en Mensa hubiera tenido amigos, esto ya sería un capítulo antiguo, pero en fin, más vale tarde que nunca.
En definitiva, renuncio también a mi perfeccionismo y a mi orgullo. El argumento de: “si te comportas así no serás mejor que él/ella/ellos” ya no es útil conmigo, pues ya no deseo ser mejor que nadie, ni mucho menos ser perfecta. O quizá sí lo deseo como quien desea que le toque la lotería pero sigue sin comprar boletos. La resignación es una gran virtud. Aprender a aceptar tus propias limitaciones y las de los demás es un regalo. He comprendido por fin, que es más fácil que te caiga un rayo que recibir una alabanza de valor. He comprendido por fin, que se puede vivir sin ellas, que generalmente, el problema no es tanto que los demás no tengan buenos sentimientos hacia ti, sino que les cuesta muchísimo comunicarlo. Esto último no acierto a comprenderlo, pero es así como funciona. Lo he visto muchas veces. Para cantarle a alguien la caña, hay 20.000 voluntarios, pero para hablar bien o ensalzar, tiene que salir alguien que sea muy, muy, muy amigo. En serio, la última vez que me fijé que alguien salía en defensa de otro alguien, además de defenderle, se guardaba unas líneas también para excusarse: “yo defiendo a fulanito porque es muy amigo mío o porque en tal ocasión se mantuvo a mi lado y me ayudó, etc.”. Siempre dejando bien claro que no eres un pelota lameculos, que por lo que se ve debe ser algo muy malo. En fin, cosas veredes.
Así pues, mi fracaso en el terreno de ser una buena persona, se ha convertido en una liberación. ¿O será que el que no se consuela es por que no quiere?. Sí, lo que leéis, estoy diciendo que ya no pretendo ser una persona maravillosa, que creo que ser una persona normalita tampoco está tan mal, que basta con no hacer daño a nadie, y que ya está bien de preocuparse y de sufrir por problemas ajenos, ya está bien de meterse en la vida de la gente a solucionar sus problemas sin que nadie te haya llamado, a sentir impotencia cuando no puedes ayudar y a dejar que el orgullo y la soberbia me consuman cuando, a pesar de que me ven llegar en un Mercedes* no se creen que soy capaz de enseñarles cómo conseguir uno. Que mi vida sea maravillosa y perfecta no es un argumento de peso para nadie. Quizá creen que es cuestión de buena o mala suerte y que ellos jamás podrán conseguirlo. Lo cierto es que esta sensación recuerda un poco a lo que cuentan los padres sobre ver que sus hijos se van a llevar un palo y no poder hacer nada por evitarlo porque “la juventud no escucha”. Me alegro muchísimo de haber comprendido este punto, que no tengo nada que hacer en vida ajena ni es el objetivo de mi vida ser maestra de nadie, que aunque todos mis problemas estén superados y mis necesidades cubiertas, tengo que encontrar otra manera de entretenerme. La hipersensibilidad y el exceso de tiempo libre, te llevan a querer hacerle de padre a todo el mundo y eso es malo para ti porque es completamente inútil para los demás. O al menos, mi experiencia así me lo ha mostrado.
De lejos, acierto a ver una parte negativa en todo este asunto. Pero, en realidad, no estoy segura de que sea negativa. En cualquier caso, lo dejaré para cuando lo vea de más cerca.
* Lo del Mercedes es una metáfora que poco tiene que ver con el nivel adquisitivo.
martes, noviembre 25, 2003
El sábado pasado debatía con unas amigas sobre temas que ahora no vienen al caso, y en concreto una de ellas y yo estábamos particularmente enfrentadas cada una en su postura. En un momento dado, V argumentó que el motivo de que viéramos las cosas diferentes era que ella tiene 43 años. También lanzó otros argumentos, por lo que mi atención se desvió del primero. Sin embargo, he estado pensando en ese argumento y no volveré a dejar pasar la oportunidad de colocarlo a la altura del betún, que es su sitio.
La experiencia es un grado. Corrección: la experiencia puede ser un grado. Mi madre tiene 55 años y es tonta de cojones, en base a lo cual no tengo porqué creer a ojos cerrados que los 43 años de V hayan sido provechosos. Hay mucha gente que pasa por el mundo de puntillas, y V podría ser una de ellas. Por todo ello, ese argumento carece de rigor, es un insulto a mi inteligencia y es indigno de un mensista. Pero, eso no es todo. Además, es injusto.
Cuando una persona se autocoloca el título de experto en algo, -en este caso, la vida-, se relaja, se aburre y su atención disminuye en un 75%. Es un hecho psicólogico contrastado. Luego, la voz de aquel que intenta decirle que a pesar de sus años o de sus conocimientos se está equivocando, apenas se oye como un murmullo. Por lo tanto, en el momento en que alguien te lanza este argumento, el debate termina, pues no tiene sentido echarle margaritas a los cerdos. Por supuesto que toda persona tiene derecho a decidir que su interlocutor no tiene razón, por ejemplo, porque le considere estúpido y a lo que sale por su boca, estupideces. Lo que no tiene derecho es a decidir que su interlocutor no tiene razón porque nació más tarde. Al hacerlo me obliga a esperar 17 años, hasta que yo tenga 43, para poder decirle que a pesar de la edad, no pienso como ella, y que 17 años atrás ella estaba equivocada y yo no. Desgraciadamente, dentro de 17 años yo tendré 43, pero ella no. Aún podrá volver a utilizar ese argumento.
Finalmente, mi conclusión es que yo veo cosas que a ella le pasan desapercibidas y que sus 43 años sólo le sirven para autoafianzarse más en su ceguera. Ella cree que elimina partes de la ecuación que no son importantes, consiguiendo así ecuaciones más sencillas. Pero para decidir que algo no es importante, hay que poder verlo y V me demostró que no era su caso.
La experiencia es un grado. Corrección: la experiencia puede ser un grado. Mi madre tiene 55 años y es tonta de cojones, en base a lo cual no tengo porqué creer a ojos cerrados que los 43 años de V hayan sido provechosos. Hay mucha gente que pasa por el mundo de puntillas, y V podría ser una de ellas. Por todo ello, ese argumento carece de rigor, es un insulto a mi inteligencia y es indigno de un mensista. Pero, eso no es todo. Además, es injusto.
Cuando una persona se autocoloca el título de experto en algo, -en este caso, la vida-, se relaja, se aburre y su atención disminuye en un 75%. Es un hecho psicólogico contrastado. Luego, la voz de aquel que intenta decirle que a pesar de sus años o de sus conocimientos se está equivocando, apenas se oye como un murmullo. Por lo tanto, en el momento en que alguien te lanza este argumento, el debate termina, pues no tiene sentido echarle margaritas a los cerdos. Por supuesto que toda persona tiene derecho a decidir que su interlocutor no tiene razón, por ejemplo, porque le considere estúpido y a lo que sale por su boca, estupideces. Lo que no tiene derecho es a decidir que su interlocutor no tiene razón porque nació más tarde. Al hacerlo me obliga a esperar 17 años, hasta que yo tenga 43, para poder decirle que a pesar de la edad, no pienso como ella, y que 17 años atrás ella estaba equivocada y yo no. Desgraciadamente, dentro de 17 años yo tendré 43, pero ella no. Aún podrá volver a utilizar ese argumento.
Finalmente, mi conclusión es que yo veo cosas que a ella le pasan desapercibidas y que sus 43 años sólo le sirven para autoafianzarse más en su ceguera. Ella cree que elimina partes de la ecuación que no son importantes, consiguiendo así ecuaciones más sencillas. Pero para decidir que algo no es importante, hay que poder verlo y V me demostró que no era su caso.