martes, marzo 27, 2007
Hoy he visto pasar mi vida ante mis ojos.
Y no ha sido porque haya estado a punto de atropellarme un tranvía, ni porque un atracador me haya encañonado con su pistola, no.
Ha sido en la pista de squash.
En uno de los momentos clave del partido, he devuelto la pelota de manera que el rebote ha salido dirigido directamente a mi cabeza. En un primer instante, he pensado en cómo podría esquivarla, pero ese pensamiento ha durado poco. Concretamente, ha sido completamente anulado por la visión de mi mujer acercándose rápidamente, raqueta en ristre, con los labios apretados y la firme y feroz determinación de devolver esa pelota.
Entonces he tenido la certeza de que iba a morir. Los que conocéis a Marta os podréis imaginar que su forma de jugar a squash no contempla la compasión o la condescendencia con su rival. Mientras las imágenes de mi vida se sucedían ante mis ojos, he tenido tiempo de pensar en las personas que maquillan los cadáveres, y en cómo iban a disimular las marcas de raqueta en mi cara. También me he preguntado si los encargados de mantenimiento del gimnasio podrían desincrustar mi nariz del techo, que era el destino más probable para dicho apéndice.
Aun me sorprendo de estar vivo. He tenido un último instante de lucidez, y en lugar de tratar de esquivar lo inesquivable he desviado la pelota con la mano, con lo que Marta, cual misil tierra-aire, ha variado su trayectoria para dirigirse al nuevo objetivo, y su raqueta ha pasado a pocos centímetros de mi cara (aun me zumban los oídos).
Vale, he perdido el punto. Pero conservo todos mis dientes.