jueves, mayo 08, 2003

Ajo.

No tengo nada en contra del ajo. Ninguna de mis escasas e históricamente poco atendidas convicciones sociales, morales, religiosas o políticas dicen nada en contra de este vegetal. Bien mirado, creo que tampoco dicen nada de cualquier otro vegetal. Leí una vez, aunque no sé si es verdad, que hay una secta curda o iraquí que considera a la lechuga como un símbolo del demonio, y tienen prohibido comerla... pues yo no tengo ningún tipo de prejuicio con el ajo.

Es más, la única habilidad gastronómica que poseo es saber hacer un allioli que te chupas los dedos, o cualquier otra parte del cuerpo que quieras introducir en él. Bueno, menos la patata, digooo, menos el codo, que ya sabéis que es físicamente imposible chuparse el codo.

Pero estoy divagando. Creo que ya está claro que entre el ajo y yo hay una relación francamente cordial. Pero lo que no soporto es a la gente que utiliza el ajo como si fuese un perfume.

El tipo que ha entrado esta mañana en la tienda apestaba tanto a ajo que incluso la palabra “apestar” se queda corta para expresar la densa, casi sólida, nube tóxica que desprendía al caminar.

La distancia entre la puerta de la tienda y la zona del mostrador donde yo me encontraba es de unos ocho metros. La velocidad con la que el olor a ajo ha recorrido esta distancia creo que podría hacer replantear las teorías actualmente admitidas sobre el tiempo y el espacio.
Nada más abrir la puerta, un metafórico martillazo ha golpeado mis fosas nasales, haciendome tambalear.

El hombre ha recorrido esa distancia con paso firme; yo creo que en realidad sus piernas estaban intentando huir de su propio olor. Pero las piernas no sabían que el olor había sido más rápido que ellas, y las estaba esperando unos metros delante. He podido observar cómo clientes y dependientes reaccionaban de distinta manera al paso de este individuo; algunos se ponían rígidos, otros se apartaban con discreción, y uno, que creía haber perdido el olfato a los cinco años, olisqueaba cuidadosamente diciendo cosas como “mmm....¿no os parece que huele raro por aquí?”.

Me ha tocado atenderle a mí, y ha sido una experiencia realmente agotadora. La única manera que se me ha ocurrido para superar la situación era aguantar la respiración a intervalos. Ya me veis a mí, diciéndole:

- Pues mire, de este tamaño no tengo, pero si quiere usted ... – me falta el aire, el ritmo se acelera -.. puede llevarse está mas grandeobienleencargounaparamañana....mmmffffffffff

El tipo no ha notado nada, ni siquiera se ha dado cuenta de que yo me retiraba un par de pasos en cuanto veía venir una palabra que llevase la letra “s”. Aunque la empresa es de construcción, en la tienda mantengo una pequeña sección con macetas de barro y sacos de tierra para las plantas. Curiosamente es lo que había venido a comprar este nuevo superhéroe, Garlicman. Me he quedado con las ganas de preguntarle “la tierra, es para plantar ajos, ¿no?”. O bien de decirle que, la próxima vez, el ajo lo unte en el pan y no en todo su cuerpo. O decirle que es el ganador del premio Van Helsing que entrega la liga nacional antivampiros.





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