domingo, marzo 19, 2006

Supermercado.

Tras varias experiencias cercanas a lo traumático, Marta y yo hemos llegado a la conclusión de que en el Caprabo en el que solíamos comprar, los empleados cobran un plus por ser antipáticos con los clientes.

Hace un par de semanas días entré a buscar algún producto de urgente y extrema necesidad (un par de Tigretones, creo), y me encontré con que la cola en la caja rápida serpenteaba por los pasillos del supermercado y tenía aproximadamente ochocientos metros de longitud. Además, aunque se suponía que era una caja para diez artículos como máximo, había en ella gente cuyos carritos sugerían que iban a pasar seis meses encerrados en casa y alimentándose a base de conservas.

Decidí investigar un poco, y comprobé que las otras once cajas (para qué querrán doce cajas, si jamás, ni en los momentos de máxima afluencia, he visto más de cuatro abiertas) estaban cerradas. Bueno, todas menos una, en la que había una empleada cargando un carrito. Me acerqué a ella, y me puse detrás del carrito, con actitud de espera resignada y obediente. La chica me miró, levantó una ceja, y me dijo "perdone, pero estoy preparando un pedido a domicilio". Bueno, más que decírmelo, me lo disparó. El "perdone", sobre todo, se me clavó en el hígado, y aun me duele cuando me acuerdo. Dije algo así como "ya, ya te veo, pero si no te importa esperaré a que acabes, que la otra cola va para largo". Le mostré la multitud de piernas y ruedas que ya formaba la otra cola, que en esos momentos ya se parecía al pelotón del tour de Francia.

Me dijo entonces, con una sonrisa aparentemente angelical, "no, es que cuando acabe de preparar el pedido ya me tengo que ir". Y no se echó a reír salvajemente, pero poco le faltó. En un arranque de desesperación ingenua le señalé un letrero, colocado estratégicamente encima de las cajas a una altura considerable (para que no puedas leerlo si no es con un importante esfuerzo de contorsionismo cervical), que decía "Si tiene usted más de tres personas delante en la cola, avísenos y abriremos otra caja".

La chica miró el letrero como si fuese la primera vez que lo veía, y luego me miró a mí. Yo creo que estaba tratando de comprobar si llevaba un rotulador encima y acababa de escribir yo mismo el letrero. Me dijo algo así como "yo avisaría al supervisor, pero es que la megafonía no funciona, puede usted ir a buscarlo a la oficina". Bueno, a todo esto yo ya estaba harto de esperar, así que le puse el Tigretón en la mano y le dije, "anda, quédatelo".

Pero la guinda, lo que nos hizo decidir que no volveríamos a ese Caprabo a comprar, sucedió hace un par de días. Llegamos a la caja Marta y yo, y nos acordamos que necesitábamos unas cintas de vídeo. Me quedé en la cola, y Marta fue a buscarlas. Desde donde yo estaba, podía ver las estanterías. Las cintas que queríamos estaban en el estante más alto, en ese en el que tienes que ser el primo alto de Pau Gasol para alcanzarlas. Marta se acercó, alargó un brazo para hacer evidente que no llegaba, y sonrió esperanzada a una encargada más alta que ella que estaba colocando productos en el estante de al lado. La chica también levantó una ceja (yo creo que les dan un cursillo), y siguió colocando lo que fuera que estaba colocando, mientras mantenía una fascinante conversación con el encargado de seguridad. Yo no podía oír la conversación, pero Marta dice que comentaban apasionadamente las incidencias de algún programa de televisión del tipo Gran Sobrino Vip - Expedición Kalahari. Mientras yo miraba desde la cola en la caja, Marta añadió un carraspeo y unos pequeños saltitos a su táctica para llamar la atención de la empleada del Caprabo. Ni por esas, yo creo que ni bailando en pelotas la danza de la lluvia comanche hubiésemos conseguido que la chica se dignase echarle una mano. Finalmente, cuando yo ya era el primero en la cola, Marta también levantó una ceja (que para eso es una experta), dio un gran salto, derribó de un manotazo una docena de cintas, se quedó con tres o cuatro de ellas y llegó a la caja justo a tiempo.

No hemos vuelto a comprar en ese Caprabo. No creo que la empresa se vaya a la quiebra por eso, pero nosotros somos un poco más felices.

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