sábado, octubre 11, 2008

Las nuevas aventuras del Hada Azul.


Una luz azul entró por la ventana, iluminando la habitación y dejando entrever las estanterías repletas de juguetes de madera. La luz pareció inspeccionarlos unos instantes; las cajas de música, las casitas de muñecas, los coches, las figuras de animales. . .

Pero finalmente se detuvo ante una marioneta. No era una marioneta corriente; era la obra maestra de un artista. Tallada con tanta habilidad y con tanto amor al detalle, que fácilmente podía pasar por un niño de verdad. Estaba construida casi a tamaño natural, y representaba a un niño de mejillas sonrosadas, ojos azules y sonrisa bondadosa.

La luz permaneció unos minutos flotando en el aire, justo frente a la marioneta. Finalmente, una dulce voz femenina pareció surgir del interior de la luz.

- La infinita bondad de tu creador - dijo la voz -, merece un premio. No es justo que un hombre tan bueno esté solo. ¡Despierta, Pinocho, y busca tu lugar entre los vivos!

De la luz pareció surgir un brazo azulado. Durante unos segundos no sucedió nada; luego, tras un leve tintineo, el brazo de luz se separó y la marioneta empezó a moverse. Sus ojos, círculos de madera pintados de azul, brillaron con la inconfundible chispa de la vida. La boca se abrió, y se cerró un par de veces. Los brazos, sin que nadie moviera los hilos, se alzaron hasta que las manos quedaron frente a la cara.

- ¿Dónde estoy? - dijo la marioneta.

- Hola, Pinocho - dijo la voz que surgía de la luz, haciendo que la marioneta girase la cabeza por primera vez -. Soy el Hada Azul, y tú estás en casa de tu padre, tu creador. Como premio a su infinita bondad, le he concedido su deseo más anhelado; un hijo. Ahora, ve con él.

La marioneta, con los movimientos torpes del que se acaba de despertar de un largo sueño, se dirigió hacia una puerta, guiado por los suaves ronquidos que se oían al otro lado. Abrió la puerta suavemente y pudo ver a un hombre algo mayor, de pelo cano, que dormía tranquilamente en una vieja cama de madera. La marioneta entraba en la habitación cuando un crujido de una de las tablas del suelo despertó al hombre.

- ¡ME CAGO EN LA LECHE! ¿QUÉ ES ESTO? - gritó - ¿Quién eres y cómo has entrado en mi casa?

- Soy tu hijo. El hada azul me ha dado la vida para hacerte feliz.

- Madre del amor hermoso - dijo el hombre, con un ojo en la marioneta y otro en la luz azul -. No tenía que haberme tomado el cuarto tequila, está claro que ya no tengo edad para estos excesos. O tal vez sea demencia senil, qué sé yo.

- No te asustes - dijo el Hada Azul -. No tienes nada que temer. Como premio a tu infinita bondad, he venido a concederte el mayor de tus anhelos: un hijo.

- Es demencia senil, ahora estoy seguro. Qué alucinación, lo que se van a reír los chicos cuando lo cuente en la taberna.

- No estás loco ni estás soñando. Tu hijo es real, y está vivo - dijo el Hada, tal vez con un pequeño deje de impaciencia en la voz.

- Bueno, - dijo el hombre -, no quisiera parecer tiquismiquis, pero me cuesta ignorar el hecho de que sigue siendo de madera. Lo veo desde aquí.

La impaciencia, ahora sí, se hizo evidente al hablar el hada.

- Y seguirá siendo de madera hasta que demuestre que merece ser completamente humano - dijo, y bajando la voz como si hablase para sí misma, agregó-: además, Creación de Vida Orgánica es una asignatura de tercero, y yo estoy en prácticas de segundo.

- ¿Y cómo demostraré que merezco ser completamente humano? - dijo la marioneta, que había seguido toda la conversación con la boca abierta.

- Tendrás que aprender a distinguir el bien del mal.

- Vaya. ¿Y cómo se hace eso?

- Bastará con que escuches a la voz de tu conciencia.

- Pero - preguntó la marioneta, que se estaba poniendo visiblemente nerviosa -, ¿cómo reconoceré esa voz?

- La reconocerás - dijo gravemente el Hada -. Además, te dirá que viene de parte mía.

La marioneta se separó de la pared, y se acercó con timidez hacia el hombre. Este, también con movimientos indecisos, lo cogió entre sus brazos.

- Reconozco que la idea de tener un hijo no me desagrada. Pero . . .

- Pero, ¿qué? - preguntó el Hada, algo molesta.

- Es que . . . estaba pensando . . . si querías que yo fuera feliz, y no estuviera solo . . . ¿no podrías haberme concedido . . . una novia?

- ¿Una novia?

- Sí, ya sabes, una pareja. Si necesitabas un modelo, tengo en el almacén unos maniquís que uso para . . . para . . . , bueno, para ayudarme con mis creaciones.

Ahora la voz ya no parecía molesta o impaciente, sino que reflejaba una simple y llana hostilidad.

- Mira, tío, te he concedido un hijo, y eso es lo que hay. Lo tomas o lo dejas, ¿vale?

- Lo tomo, lo tomo, no te enfades - dijo el hombre.

- Así me gusta. Y ahora me marcho. Volveré a comprobar que el niño merece ser humano.

La luz movió con suavidad hacia la ventana. Antes de irse, padre e hijo, hombre y marioneta, aún la oyeron refunfuñar.

- ¡Una novia! ¡Lo que tengo que aguantar! ¡Hombres! Son todos iguales, siempre pensando en lo mismo. Con las chicas no tengo ese problema; bueno, ellas no hacen caso, les dices que procuren no pincharse y cuando te giras ya se han puesto a coserse el dobladillo. Cuando le cuente esto a Jennifer va a flipar. Casi mejor que la llame ahora, que necesito los apuntes de Ingeniería de Calabazas para el examen del miércoles . . .

En la habitación, padre e hijo estaban en silencio, mirándose a la cara.

- Así que un hijo, ¿eh? - dijo el hombre.

- Pues sí.

- Esto va a ser duro - suspiró el padre -. Pero posiblemente sea divertido. Tendremos que ponerte un nombre, ¿no?

- El hada me llamó Pinocho.

- ¿Pinocho? Anda ya, qué nombre más feo. Creo que te llamaré Manolo, como mi padre.

- Me gusta. Oye, creo que tengo hambre.

- ¿Sí? Pues venga, chaval, vamos a desayunar. Un hijo, quién me lo iba a decir. Verás cuando se lo cuente a Geppetto.

- ¿Geppetto? ¿Quién es?

- Un amigo mío, un colega carpintero. Vive en la casa de al lado; es un tío cojonudo, y muy buena persona, siempre está haciendo obras de caridad y cosas por el estilo.

- ¿Por qué no desayunamos con él?

- No está, se ha ido de vacaciones. A un crucero en el golfo de Vizcaya, para hacer observaciones de aves y ballenas. Hace días que no sé nada de él, imagino que le estará yendo bien. ¿Te preparo unos cereales? Y . . . agh, qué asco, un grillo, la de bichos que se cuelan si dejo la ventana abierta.

- Tranquilo, papá, yo lo mato -. ¡Crunch! -. Y, ¿qué habrá querido decir el hada con eso de la voz de la conciencia?

- No sé, hijo, supongo que nos enteraremos a su debido tiempo.


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