viernes, enero 23, 2004
ROMANCE (PARTE II)
El 11 de febrero asistí a mi primera reunión en el Viena. A pesar de que Carlos no había llegado y no conocía a nadie no me costó mucho identificar la mesa de los Mensistas. Me senté donde había sitio, junto a C. de los R. y empecé a absorber el ambiente. Al poco llegó Carlos. Le recibí con la expectación con que se recibe a la única persona de entre un grupo que conoces, pero la respuesta fue desalentadora. Recuerdo que C. de los R. dijo: “mira quién ha venido”. No estoy segura de si se lo decía a Carlos respecto a mí (la nueva) o a mí respecto a Carlos (el supervisor del test), pero el caso es que Carlos me miró, levantó la mirada equilibrándola con el horizonte como si tuviera complejo de avión y dijo: “Qué honor”, así tal cual, sin exclamaciones, y si me apuras, sin acento. No consigo recordar si hablamos algo más o se fue directamente a la otra punta de la mesa.
En fin, no era lo que esperaba, pero no me amedrenté. Aunque debo admitir que me tocó un poco las narices. No estoy acostumbrada, ni mucho menos, a ser la reina de la fiesta, pero espero (exijo) de quien me haga un desplante que tenga algún motivo. La cuestión es que el comportamiento de Carlos no lo entendí, me produjo cierta desazón pero no tenía sentido. Para condenar a alguien es muy importante que haya un móvil y cómo no lo había decidí correr un tupido velo. Así que “borré” la anécdota de mi cabeza e hice como que no le había visto.
No volví a tener contacto con él hasta después de cenar, durante el copeo en el irlandés. Allí la cosa parecía que iba bien hasta que Carlos volvió a hacer un comentario que no me acabó de agradar. Tampoco se lo tuve en cuenta porque tenía un poco más de sentido. La cosa fue que en medio de una conversación que no recuerdo, yo metí una anécdota que tenía algo que ver con el tema, pero no mucho, lo reconozco. Entonces Carlos hizo un comentario que tampoco recuerdo, un comentario completamente vacío de contenido que se usa a menudo para llenar un silencio. Sólo que no había habido ningún silencio antes de su comentario. El silencio vino después (porque yo no sé llenar esos vacíos). En definitiva, que me cortó el tema y me dio la sensación (luego supe que no) de que mis palabras no interesaban a nadie.
En fin, no fue nada grave, pero yo ya me hacía mis cábalas. Es que no encajo, es que no podía ser, siempre me pasa igual, pobre ilusa que te pensabas que por fin ibas a tener un grupo de coleguillas con el que salir de marcha... etc., etc., etc... Siempre yéndonos a lo peor. Sin embargo, me jacto de ser una persona práctica y lo demuestro. Pensé que tenía mucho más a ganar que a perder. Si realmente no encajaba no iba a ser nada nuevo y esto no es como las relaciones de pareja, que si no funciona más vale cortarlo al cabo de 2 meses que no de 1 año, por aquello de no encariñarse. No. Aquí podía estar el tiempo que yo quisiera, podía agotar todas las opciones y quemar todos los cartuchos. A peor no iba a ir. Ya estaba sola. Así que sólo podía ir a mejor o confirmarse lo que ya me temía. De manera, que aunque con escasas expectativas decidí continuar yendo a las reuniones.
CONTINUARÁ...
El 11 de febrero asistí a mi primera reunión en el Viena. A pesar de que Carlos no había llegado y no conocía a nadie no me costó mucho identificar la mesa de los Mensistas. Me senté donde había sitio, junto a C. de los R. y empecé a absorber el ambiente. Al poco llegó Carlos. Le recibí con la expectación con que se recibe a la única persona de entre un grupo que conoces, pero la respuesta fue desalentadora. Recuerdo que C. de los R. dijo: “mira quién ha venido”. No estoy segura de si se lo decía a Carlos respecto a mí (la nueva) o a mí respecto a Carlos (el supervisor del test), pero el caso es que Carlos me miró, levantó la mirada equilibrándola con el horizonte como si tuviera complejo de avión y dijo: “Qué honor”, así tal cual, sin exclamaciones, y si me apuras, sin acento. No consigo recordar si hablamos algo más o se fue directamente a la otra punta de la mesa.
En fin, no era lo que esperaba, pero no me amedrenté. Aunque debo admitir que me tocó un poco las narices. No estoy acostumbrada, ni mucho menos, a ser la reina de la fiesta, pero espero (exijo) de quien me haga un desplante que tenga algún motivo. La cuestión es que el comportamiento de Carlos no lo entendí, me produjo cierta desazón pero no tenía sentido. Para condenar a alguien es muy importante que haya un móvil y cómo no lo había decidí correr un tupido velo. Así que “borré” la anécdota de mi cabeza e hice como que no le había visto.
No volví a tener contacto con él hasta después de cenar, durante el copeo en el irlandés. Allí la cosa parecía que iba bien hasta que Carlos volvió a hacer un comentario que no me acabó de agradar. Tampoco se lo tuve en cuenta porque tenía un poco más de sentido. La cosa fue que en medio de una conversación que no recuerdo, yo metí una anécdota que tenía algo que ver con el tema, pero no mucho, lo reconozco. Entonces Carlos hizo un comentario que tampoco recuerdo, un comentario completamente vacío de contenido que se usa a menudo para llenar un silencio. Sólo que no había habido ningún silencio antes de su comentario. El silencio vino después (porque yo no sé llenar esos vacíos). En definitiva, que me cortó el tema y me dio la sensación (luego supe que no) de que mis palabras no interesaban a nadie.
En fin, no fue nada grave, pero yo ya me hacía mis cábalas. Es que no encajo, es que no podía ser, siempre me pasa igual, pobre ilusa que te pensabas que por fin ibas a tener un grupo de coleguillas con el que salir de marcha... etc., etc., etc... Siempre yéndonos a lo peor. Sin embargo, me jacto de ser una persona práctica y lo demuestro. Pensé que tenía mucho más a ganar que a perder. Si realmente no encajaba no iba a ser nada nuevo y esto no es como las relaciones de pareja, que si no funciona más vale cortarlo al cabo de 2 meses que no de 1 año, por aquello de no encariñarse. No. Aquí podía estar el tiempo que yo quisiera, podía agotar todas las opciones y quemar todos los cartuchos. A peor no iba a ir. Ya estaba sola. Así que sólo podía ir a mejor o confirmarse lo que ya me temía. De manera, que aunque con escasas expectativas decidí continuar yendo a las reuniones.
CONTINUARÁ...