sábado, noviembre 30, 2002

Portalámparas.

Esta mañana ha sonado el despertador una hora más tarde de lo habitual. Ayer hubo reunión en el Viena y me he concedido una hora más para que ese alambique orgánico que es mi hígado asimilara los restos de licor chino (conocido como potenciador negativo del ci) que aun corrían por mis venas.

Me he levantado, he ido al lavabo a cumplir con la rutina higiénica matinal, y, al acabar, he vuelto a la habitación. Marta estaba semiincorporada en la cama, con los ojos abiertos como platos. Voy a intentar reproducir la conversación que ha tenido lugar a partir de ese momento, porque no tiene desperdicio.

- No te preocupes por los guantes - dice, en tono a medio camino entre preocupado e informativo -, se los he dado yo.

Interesante información que, en ese momento, no he sabido dónde ubicar. Me he puesto a repasar frenéticamente mi lista mental de tareas pendientes, tratando de recordar alguna que tuviese que ver con unos guantes. Yo qué sé, igual me encargó que los llevara a reparar, a cambiarles el aceite o a resintonizarlos. El caso es que no recuerdo nada y se ha debido notar en mi expresión, porque Marta me ha proporcionado más trascendentales datos.

- Sí, hombre, los guantes de cambiar cosas eléctricas.

Ah, menos mal. Los guantes de cambiar cosas eléctricas. Haber empezado por ahí... Un momento, ¿qué es eso? Yo no tengo guantes para cambiar cosas eléctricas, como buen macho ibérico criado en el mundo de la construcción en el Baix Llobregat, sé perfectamente que las cosas eléctricas se manejan sin guantes, a pelo, y preferiblemente sin cortar la corriente. Todo lo demás son mariconadas. Mi expresión de asombro ha debido aumentar, y Marta, siempre preocupada por mi bienestar, ha decidido tranquilizarme con esta frase:

- Pero no te preocupes si no encuentras los portalámparas.

Mmmm....ah, vale. Mi relación con los portalámparas es meramente lo que podríamos llamar una relación profesional. Los cojo de la caja de herramientas cuando hacen falta, y ellos se limitan a cumplir su función sin presentarme quejas. Vamos, que no voy cada día a comprobar cómo están, ni a hacer un recuento o a pasar lista. No pondré un anuncio de "Perdido Portalámparas. Atiende por Treski. Se gratificará". Ha sido entonces cuando he empezado a sospechar que Marta estaba soñando aun; pero es que, como he dicho antes, tenía los ojos perfectamente abiertos y estaba casi sentada en la cama. Desde luego, aspecto de estar dormida no tenía. Pero si no estaba dormida, me quedaban pocas opciones; o se había vuelto loca ella o yo. Para ganar algo de tiempo, he respondido algo parecido a esto:

- Perfecto, si ya se los has dado tú, yo no me preocupo.

A Marta no le ha acabado de gustar la respuesta. Me ha mirado con expresión de sospecha, como si le pareciese que le estaba siguiendo la corriente (lo que era cierto), y posiblemente ya más despierta que dormida. Pero su capacidad de autosugestión es enorme, y ha dicho, "ah vale", y se ha metido de nuevo bajo las sábanas. Ahora, horas después, se parte de risa cuando se lo cuento, y aunque no duda de la veracidad de la historia, dice que no se acuerda absolutamente de nada.

Y es que esto de los sueños da mucho juego. Os prometo una entrada en breve contando mis aventuras con el sonambulismo a los diecisiete años, y unas historias sobre sueños lúcidos y no lúcidos.

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