lunes, enero 26, 2004

ROMANCE (PARTE IV)

El 28 de febrero fue el segundo Viena del mes. Charlé con mucha gente, me divertí mucho. No recuerdo que hubiera ese día un especial acercamiento con Carlos, hasta que nos echaron del irlandés. Carlos, X. y yo decidimos continuar la fiesta y acabamos en el apartamento de X. Pero no penséis mal que sólo charlamos. De intimidades, sobre todo. Fue como una sesión de verdad, acción o beso, pero sin acción y sin beso. Sólo verdad. Algún instinto me empujaba a mantenerme cerca de X. a pesar de que mis deseos iban por otros derroteros. Es muy confuso. Tenía miedo de que Carlos percibiera mis intenciones y desviaba la atención con X., pero ahora me doy cuenta que yo no tenía intenciones aún. Quizá simplemente trataba de evitar que mis feromonas fueran hacia Carlos. Lo único que me sorprende es que no recuerdo que yo conscientemente estuviera al tanto de lo que estaban haciendo mis feromonas. Tal vez llegué a la errónea conclusión de que de interesarle debería haber mostrado ya algún indicio y al no haberlo hecho, era mejor centrarme en otros objetivos. Concretamente en el que ya tenía. A saber: había roto con J. hacía meses y aunque lo consideraba ya superado, tenía intención de batir mi récord de estar sola. Craso error. Yo ya nací sola y crecí sola. No tiene nada que enseñarme ya la soledad.

Llegó por fin el 4 de marzo. Reunión en Terrassa. El día que vi la luz. Lancé un mensaje buscando que alguien (¿alguien? Bien. ¿Carlos? Mejor que bien) me llevara a Terrassa. Carlos respondió. Vino a buscarme a Santa Coloma. Charlamos durante el viaje. Parecía realmente no estar interesado en mí, cosa que no debía importarme pues yo no estaba interesada en él ni en nadie. ¿O quizá sí?.

La reunión comenzó en el Aquí té pà. Al ir a pagar me di cuenta de que no llevaba dinero en efectivo y le pregunté a C.S., que amablemente me indicó un cajero. Al volver de sacar el dinero vi a Carlos que caminaba en mi dirección. “Otro que acostumbra a tirar de tarjeta”, pensé. Pero no. Se detuvo junto a mí. Había salido a buscarme. ¿Le preocupaba que me pasara algo?. Me custodió hasta el bar, donde volví a entrar para pagar mi parte.

En el restaurante volvió a pasarme eso de sentarme inexorablemente al lado de Carlos. No sé, era como un imán. Durante la cena, Carlos comentó en un momento de la conversación que “con una relación tormentosa al año tengo suficiente”. No me gustó oir eso. Me desalentó en mis aún no iniciados planes y en mis no conscientes proyectos amorosos. Es muy extraño todo esto porque recuerdo exactamente el momento en que decidí que ese hombre sería mío y fue un poco más adelante. ¿A qué respondían, pues, todos mis anteriores sentimientos?

Al hacer las cuentas en función de lo que habíamos comido, a algunos nos correspondía pagar 13 euros y a otros, otra cantidad no muy diferente. Al darle el dinero a M.S. le dije: “yo soy 13”. Mi incorrección gramatical no podía pasarle desapercibida a Carlos que contraatacó rápidamente: “No, tú eres 10”. Le miré un segundo. Pensé. “No, según lo que he comido a mí me toca pagar 13”, dije, completamente en la inopia. Carlos insistió: “No, tú eres 10”. Volví a mirarle más detenidamente y leí en sus ojos las palabras que faltaban entre “eres” y “10”: “una mujer”. Me ruboricé a velocidad taquiónica como si tuviera 14 años. Se me aceleró el pulso. Sonreí un poco avergonzada por haber sido la última en darse cuenta del juego de palabras. Y entonces, como no, mi mentalidad práctica surgió. “Vale, chaval, ahora está claro. Voy a por ti.”, pensé. Ese fue el momento exacto en que decidí que Carlos cumplía los requisitos superficiales para ser mi acompañante en el camino de la vida. Aunque aún, claro está, habría que superar más pruebas antes del sí definitivo.

Pasó una larguísima semana antes de que llegara el 11 de marzo, el primer Viena. Desgraciadamente, la suerte no acompañó y no pude apenas compartir espacio con Carlos, pues estaba rodeado de gente. Tenía confianza para ir hasta él y pedirle que me hiciera un sitio, pero no me parecía correcto apretujarme en un extremo cuando en el otro había sitio de sobras (todos podemos imaginar porqué se dan esas circunstancias). Así que tiempo muerto. Habrá ocasiones mejores. No hay problema. Tampoco era cuestión de levantar la liebre tan rápido.

CONTINUARÁ...



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