sábado, febrero 21, 2009

Colección II. Esto sí que es un chollo, y lo demás son tonterías.

Vamos con otro ejemplar de mi colección:



Está bien, ¿no? Cincuenta y cinco metros cuadrados, dos habitaciones, veinte mil millones. A diez mil millones por habitación. Suerte que te dejan reformarlo a tu gusto; por ese precio, nada más faltaría que no pudieses tirar algún tabique que otro. Menudo chollo.


sábado, enero 10, 2009

Colección I. Se aceptan animales.


La publicidad callejera ha sido para mí una fuente inagotable de diversión. En todas sus variantes, ya sean rótulos en los establecimientos, carteles en los escaparates, anuncios en farolas, paredes, árboles o parabrisas.

Y tanto es así que, a lo largo de los años, un compañero de trabajo y yo hemos ido recopilando una interesante colección de perlas de sabiduría popular en ese formato.

He pensado que podría resultaros divertido que comparta alguna de ellas con vosotros a través de este blog. Y así lo mantengo algo más activo.

Empiezo con una de nuestras más recientes adquisiciones. Es esta:




Está bien que incluyan los gatos, ¿no? Así no tienes que traer los tuyos propios si no quieres. Los pobres animales se quedan más tranquilos, que me han dicho que detestan las mudanzas.

sábado, octubre 11, 2008

Las nuevas aventuras del Hada Azul.


Una luz azul entró por la ventana, iluminando la habitación y dejando entrever las estanterías repletas de juguetes de madera. La luz pareció inspeccionarlos unos instantes; las cajas de música, las casitas de muñecas, los coches, las figuras de animales. . .

Pero finalmente se detuvo ante una marioneta. No era una marioneta corriente; era la obra maestra de un artista. Tallada con tanta habilidad y con tanto amor al detalle, que fácilmente podía pasar por un niño de verdad. Estaba construida casi a tamaño natural, y representaba a un niño de mejillas sonrosadas, ojos azules y sonrisa bondadosa.

La luz permaneció unos minutos flotando en el aire, justo frente a la marioneta. Finalmente, una dulce voz femenina pareció surgir del interior de la luz.

- La infinita bondad de tu creador - dijo la voz -, merece un premio. No es justo que un hombre tan bueno esté solo. ¡Despierta, Pinocho, y busca tu lugar entre los vivos!

De la luz pareció surgir un brazo azulado. Durante unos segundos no sucedió nada; luego, tras un leve tintineo, el brazo de luz se separó y la marioneta empezó a moverse. Sus ojos, círculos de madera pintados de azul, brillaron con la inconfundible chispa de la vida. La boca se abrió, y se cerró un par de veces. Los brazos, sin que nadie moviera los hilos, se alzaron hasta que las manos quedaron frente a la cara.

- ¿Dónde estoy? - dijo la marioneta.

- Hola, Pinocho - dijo la voz que surgía de la luz, haciendo que la marioneta girase la cabeza por primera vez -. Soy el Hada Azul, y tú estás en casa de tu padre, tu creador. Como premio a su infinita bondad, le he concedido su deseo más anhelado; un hijo. Ahora, ve con él.

La marioneta, con los movimientos torpes del que se acaba de despertar de un largo sueño, se dirigió hacia una puerta, guiado por los suaves ronquidos que se oían al otro lado. Abrió la puerta suavemente y pudo ver a un hombre algo mayor, de pelo cano, que dormía tranquilamente en una vieja cama de madera. La marioneta entraba en la habitación cuando un crujido de una de las tablas del suelo despertó al hombre.

- ¡ME CAGO EN LA LECHE! ¿QUÉ ES ESTO? - gritó - ¿Quién eres y cómo has entrado en mi casa?

- Soy tu hijo. El hada azul me ha dado la vida para hacerte feliz.

- Madre del amor hermoso - dijo el hombre, con un ojo en la marioneta y otro en la luz azul -. No tenía que haberme tomado el cuarto tequila, está claro que ya no tengo edad para estos excesos. O tal vez sea demencia senil, qué sé yo.

- No te asustes - dijo el Hada Azul -. No tienes nada que temer. Como premio a tu infinita bondad, he venido a concederte el mayor de tus anhelos: un hijo.

- Es demencia senil, ahora estoy seguro. Qué alucinación, lo que se van a reír los chicos cuando lo cuente en la taberna.

- No estás loco ni estás soñando. Tu hijo es real, y está vivo - dijo el Hada, tal vez con un pequeño deje de impaciencia en la voz.

- Bueno, - dijo el hombre -, no quisiera parecer tiquismiquis, pero me cuesta ignorar el hecho de que sigue siendo de madera. Lo veo desde aquí.

La impaciencia, ahora sí, se hizo evidente al hablar el hada.

- Y seguirá siendo de madera hasta que demuestre que merece ser completamente humano - dijo, y bajando la voz como si hablase para sí misma, agregó-: además, Creación de Vida Orgánica es una asignatura de tercero, y yo estoy en prácticas de segundo.

- ¿Y cómo demostraré que merezco ser completamente humano? - dijo la marioneta, que había seguido toda la conversación con la boca abierta.

- Tendrás que aprender a distinguir el bien del mal.

- Vaya. ¿Y cómo se hace eso?

- Bastará con que escuches a la voz de tu conciencia.

- Pero - preguntó la marioneta, que se estaba poniendo visiblemente nerviosa -, ¿cómo reconoceré esa voz?

- La reconocerás - dijo gravemente el Hada -. Además, te dirá que viene de parte mía.

La marioneta se separó de la pared, y se acercó con timidez hacia el hombre. Este, también con movimientos indecisos, lo cogió entre sus brazos.

- Reconozco que la idea de tener un hijo no me desagrada. Pero . . .

- Pero, ¿qué? - preguntó el Hada, algo molesta.

- Es que . . . estaba pensando . . . si querías que yo fuera feliz, y no estuviera solo . . . ¿no podrías haberme concedido . . . una novia?

- ¿Una novia?

- Sí, ya sabes, una pareja. Si necesitabas un modelo, tengo en el almacén unos maniquís que uso para . . . para . . . , bueno, para ayudarme con mis creaciones.

Ahora la voz ya no parecía molesta o impaciente, sino que reflejaba una simple y llana hostilidad.

- Mira, tío, te he concedido un hijo, y eso es lo que hay. Lo tomas o lo dejas, ¿vale?

- Lo tomo, lo tomo, no te enfades - dijo el hombre.

- Así me gusta. Y ahora me marcho. Volveré a comprobar que el niño merece ser humano.

La luz movió con suavidad hacia la ventana. Antes de irse, padre e hijo, hombre y marioneta, aún la oyeron refunfuñar.

- ¡Una novia! ¡Lo que tengo que aguantar! ¡Hombres! Son todos iguales, siempre pensando en lo mismo. Con las chicas no tengo ese problema; bueno, ellas no hacen caso, les dices que procuren no pincharse y cuando te giras ya se han puesto a coserse el dobladillo. Cuando le cuente esto a Jennifer va a flipar. Casi mejor que la llame ahora, que necesito los apuntes de Ingeniería de Calabazas para el examen del miércoles . . .

En la habitación, padre e hijo estaban en silencio, mirándose a la cara.

- Así que un hijo, ¿eh? - dijo el hombre.

- Pues sí.

- Esto va a ser duro - suspiró el padre -. Pero posiblemente sea divertido. Tendremos que ponerte un nombre, ¿no?

- El hada me llamó Pinocho.

- ¿Pinocho? Anda ya, qué nombre más feo. Creo que te llamaré Manolo, como mi padre.

- Me gusta. Oye, creo que tengo hambre.

- ¿Sí? Pues venga, chaval, vamos a desayunar. Un hijo, quién me lo iba a decir. Verás cuando se lo cuente a Geppetto.

- ¿Geppetto? ¿Quién es?

- Un amigo mío, un colega carpintero. Vive en la casa de al lado; es un tío cojonudo, y muy buena persona, siempre está haciendo obras de caridad y cosas por el estilo.

- ¿Por qué no desayunamos con él?

- No está, se ha ido de vacaciones. A un crucero en el golfo de Vizcaya, para hacer observaciones de aves y ballenas. Hace días que no sé nada de él, imagino que le estará yendo bien. ¿Te preparo unos cereales? Y . . . agh, qué asco, un grillo, la de bichos que se cuelan si dejo la ventana abierta.

- Tranquilo, papá, yo lo mato -. ¡Crunch! -. Y, ¿qué habrá querido decir el hada con eso de la voz de la conciencia?

- No sé, hijo, supongo que nos enteraremos a su debido tiempo.


domingo, agosto 26, 2007

Anticipando la crisis



El año que viene cumpliré cuarenta años. Aunque aun falta un buen puñado de meses para eso, he decidido anticiparme a tan fatídica fecha, y hacer ahora algunos pequeños cambios. Digo yo que si ahora experimento algo como la "semicrisis de los 39", el día que me caiga el 4 encima estaré un poco más preparado.


Le he leído u oído a alguien (el Capi, o Imperator, no me acuerdo) que las personas tienen que reinventarse cada diez años. Bueno, a mí eso me parece excesivo, pero no está mal hacer algunos retoques, unos apaños, que nos permitan mirar hacia delante, y que lo que veamos sea una recta, sin cuestas empinadas que no se puedan subir ni pendientes en las que desgastar los frenos.


El primer retoque que voy a realizar es el más obvio. Me sobran diez quilos. Quiero volver a tener el aspecto que tenía cuando me casé, o, al menos, lo más parecido posible. Hace unos días Marta y yo hicimos barranquismo, y el trayecto a pie desde donde dejamos el coche hasta el inicio del barranco casi puede conmigo. Y mis tobillos lo agradecerán también. Así que retomo la dieta, y trataré de hacer un parte semanal para que quede constancia de mis progresos. Marta dice (a veces) que le gustaría que fuese más presumido, pero creo sinceramente que para eso tengo que verme más delgado. En cualquier caso, tengo dos bodas en octubre, y necesito tener algo menos de perímetro abdominal para poder ponerme los pantalones "de boda". No, no voy a perder diez kg de aquí a octubre, no estoy loco, pero sí que espero haber rebajado algo. La alternativa es que los pantalones me corten la circulación por debajo del ombligo, y eso sería un inconveniente.


El segundo tiene que hacer referencia al trabajo. En mayo, impepinablemente, tendré que tomar una decisión importante en mi entorno laboral. En realidad, lo que me conviene es tomar esa decisión en enero, para así tener tiempo para que en mayo, cuando la decisión se haga efectiva, la transición sea lo más suave posible. Así que ha llegado el momento de estudiar todas las alternativas; de momento, el retoque empieza con una mayor implicación de Marta en mis proyectos profesionales... con ese lujazo de ayudante, estoy seguro que todo me resultará más fácil.


Para terminar, creo que debería echar un vistazo a cómo empleo mi tiempo libre. Me refiero al tiempo (que tampoco es mucho) en el que cada uno se dedica a sus hobbies respectivos... creo que voy a volver a escribir. Mis fans me lo agradecerán, y, además, Marta ya me había propuesto algún que otro proyecto conjunto en el que mi parte consistía, precisamente, en escribir.


Pues eso, ya os iré informando. Y... que vengan los cuarenta, que los estaré esperando.

martes, marzo 27, 2007


Hoy he visto pasar mi vida ante mis ojos.


Y no ha sido porque haya estado a punto de atropellarme un tranvía, ni porque un atracador me haya encañonado con su pistola, no.

Ha sido en la pista de squash.

En uno de los momentos clave del partido, he devuelto la pelota de manera que el rebote ha salido dirigido directamente a mi cabeza. En un primer instante, he pensado en cómo podría esquivarla, pero ese pensamiento ha durado poco. Concretamente, ha sido completamente anulado por la visión de mi mujer acercándose rápidamente, raqueta en ristre, con los labios apretados y la firme y feroz determinación de devolver esa pelota.

Entonces he tenido la certeza de que iba a morir. Los que conocéis a Marta os podréis imaginar que su forma de jugar a squash no contempla la compasión o la condescendencia con su rival. Mientras las imágenes de mi vida se sucedían ante mis ojos, he tenido tiempo de pensar en las personas que maquillan los cadáveres, y en cómo iban a disimular las marcas de raqueta en mi cara. También me he preguntado si los encargados de mantenimiento del gimnasio podrían desincrustar mi nariz del techo, que era el destino más probable para dicho apéndice.

Aun me sorprendo de estar vivo. He tenido un último instante de lucidez, y en lugar de tratar de esquivar lo inesquivable he desviado la pelota con la mano, con lo que Marta, cual misil tierra-aire, ha variado su trayectoria para dirigirse al nuevo objetivo, y su raqueta ha pasado a pocos centímetros de mi cara (aun me zumban los oídos).

Vale, he perdido el punto. Pero conservo todos mis dientes.

domingo, abril 23, 2006

Cosas que sólo me pasan a mí.

Ya sé que todos nos creemos especiales, y en realidad todos los somos, pero es que hay cosas que sólo me pasan a mí. Estoy seguro de ello.

Estaba yo visitando un museo con Marta y un amigo, cuando en un pasillo especialmente estrecho traté de apartarme para adelantar a una señora, extranjera ella, que se había detenido para admirar un cuadro.

Pero quiso el destino que esta persona llevase una mochila en la que sobresalía una pequeña pieza metálica, alargada y puntiaguda, que se me enganchó en el jersey que llevaba puesto. Para mayor cachondeo, en el momento de engancharse yo estaba un escalón por encima de ella, con lo que en cuanto se puso a mi nivel, tuve que ponerme de puntillas para que no me rompiera el jersey.

Ahora poneos en el lugar de esta persona, e imaginad lo que pasó desde su punto de vista. En un momento dado, notas un presencia amenazadora a tus espaldas, concretamente una persona de puntillas y con el abdomen prácticamente pegado a tu trasero.

Tratas de girarte para verle la cara, pero el agresor gira al mismo tiempo que ti y te lo impide. Los balbuceos de "sorry, el jersey, please, the mochila" no te tranquilizan en absoluto, básicamente porque no los entiendes. Para acabar de aterrorizarte, el sádico desalmado introduce sus manos entre tu espalda y su tripa y empieza a toquetearte.

Pese a que es un pasillo con algunos escalones, estrecho y atestado, te asustas y echas a correr. Pero el sátiro te persigue, corriendo de puntillas y sin separar su lujuriosa tripa de tu indefenso culo, gritando incoherencias del tipo "wait, pare, por favor, i'm enganchated"

Al final acabé asustándome yo, cuando después de varios metros de ridícula carrera, apartando al resto de visitantes a empujones, los grititos de la turista atrajeron a varios de sus más corpulentos compañeros de viaje y a algún guarda del museo.

Por suerte no me llegaron a linchar, porque pude separarme lo suficiente para que vieran lo que estaba sucediendo. Pudieron separarnos, y tras comprobar que ni el jersey estaba roto ni yo había estado probando un novedoso sistema de agresión sexual o robo, continuamos la visita.

La expresión de mi amigo era de la más absoluta sorpresa. La de Marta, de resignación. Y es que hay cosas que sólo me pasan a mí.

domingo, marzo 19, 2006

Supermercado.

Tras varias experiencias cercanas a lo traumático, Marta y yo hemos llegado a la conclusión de que en el Caprabo en el que solíamos comprar, los empleados cobran un plus por ser antipáticos con los clientes.

Hace un par de semanas días entré a buscar algún producto de urgente y extrema necesidad (un par de Tigretones, creo), y me encontré con que la cola en la caja rápida serpenteaba por los pasillos del supermercado y tenía aproximadamente ochocientos metros de longitud. Además, aunque se suponía que era una caja para diez artículos como máximo, había en ella gente cuyos carritos sugerían que iban a pasar seis meses encerrados en casa y alimentándose a base de conservas.

Decidí investigar un poco, y comprobé que las otras once cajas (para qué querrán doce cajas, si jamás, ni en los momentos de máxima afluencia, he visto más de cuatro abiertas) estaban cerradas. Bueno, todas menos una, en la que había una empleada cargando un carrito. Me acerqué a ella, y me puse detrás del carrito, con actitud de espera resignada y obediente. La chica me miró, levantó una ceja, y me dijo "perdone, pero estoy preparando un pedido a domicilio". Bueno, más que decírmelo, me lo disparó. El "perdone", sobre todo, se me clavó en el hígado, y aun me duele cuando me acuerdo. Dije algo así como "ya, ya te veo, pero si no te importa esperaré a que acabes, que la otra cola va para largo". Le mostré la multitud de piernas y ruedas que ya formaba la otra cola, que en esos momentos ya se parecía al pelotón del tour de Francia.

Me dijo entonces, con una sonrisa aparentemente angelical, "no, es que cuando acabe de preparar el pedido ya me tengo que ir". Y no se echó a reír salvajemente, pero poco le faltó. En un arranque de desesperación ingenua le señalé un letrero, colocado estratégicamente encima de las cajas a una altura considerable (para que no puedas leerlo si no es con un importante esfuerzo de contorsionismo cervical), que decía "Si tiene usted más de tres personas delante en la cola, avísenos y abriremos otra caja".

La chica miró el letrero como si fuese la primera vez que lo veía, y luego me miró a mí. Yo creo que estaba tratando de comprobar si llevaba un rotulador encima y acababa de escribir yo mismo el letrero. Me dijo algo así como "yo avisaría al supervisor, pero es que la megafonía no funciona, puede usted ir a buscarlo a la oficina". Bueno, a todo esto yo ya estaba harto de esperar, así que le puse el Tigretón en la mano y le dije, "anda, quédatelo".

Pero la guinda, lo que nos hizo decidir que no volveríamos a ese Caprabo a comprar, sucedió hace un par de días. Llegamos a la caja Marta y yo, y nos acordamos que necesitábamos unas cintas de vídeo. Me quedé en la cola, y Marta fue a buscarlas. Desde donde yo estaba, podía ver las estanterías. Las cintas que queríamos estaban en el estante más alto, en ese en el que tienes que ser el primo alto de Pau Gasol para alcanzarlas. Marta se acercó, alargó un brazo para hacer evidente que no llegaba, y sonrió esperanzada a una encargada más alta que ella que estaba colocando productos en el estante de al lado. La chica también levantó una ceja (yo creo que les dan un cursillo), y siguió colocando lo que fuera que estaba colocando, mientras mantenía una fascinante conversación con el encargado de seguridad. Yo no podía oír la conversación, pero Marta dice que comentaban apasionadamente las incidencias de algún programa de televisión del tipo Gran Sobrino Vip - Expedición Kalahari. Mientras yo miraba desde la cola en la caja, Marta añadió un carraspeo y unos pequeños saltitos a su táctica para llamar la atención de la empleada del Caprabo. Ni por esas, yo creo que ni bailando en pelotas la danza de la lluvia comanche hubiésemos conseguido que la chica se dignase echarle una mano. Finalmente, cuando yo ya era el primero en la cola, Marta también levantó una ceja (que para eso es una experta), dio un gran salto, derribó de un manotazo una docena de cintas, se quedó con tres o cuatro de ellas y llegó a la caja justo a tiempo.

No hemos vuelto a comprar en ese Caprabo. No creo que la empresa se vaya a la quiebra por eso, pero nosotros somos un poco más felices.

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