martes, noviembre 25, 2003
El sábado pasado debatía con unas amigas sobre temas que ahora no vienen al caso, y en concreto una de ellas y yo estábamos particularmente enfrentadas cada una en su postura. En un momento dado, V argumentó que el motivo de que viéramos las cosas diferentes era que ella tiene 43 años. También lanzó otros argumentos, por lo que mi atención se desvió del primero. Sin embargo, he estado pensando en ese argumento y no volveré a dejar pasar la oportunidad de colocarlo a la altura del betún, que es su sitio.
La experiencia es un grado. Corrección: la experiencia puede ser un grado. Mi madre tiene 55 años y es tonta de cojones, en base a lo cual no tengo porqué creer a ojos cerrados que los 43 años de V hayan sido provechosos. Hay mucha gente que pasa por el mundo de puntillas, y V podría ser una de ellas. Por todo ello, ese argumento carece de rigor, es un insulto a mi inteligencia y es indigno de un mensista. Pero, eso no es todo. Además, es injusto.
Cuando una persona se autocoloca el título de experto en algo, -en este caso, la vida-, se relaja, se aburre y su atención disminuye en un 75%. Es un hecho psicólogico contrastado. Luego, la voz de aquel que intenta decirle que a pesar de sus años o de sus conocimientos se está equivocando, apenas se oye como un murmullo. Por lo tanto, en el momento en que alguien te lanza este argumento, el debate termina, pues no tiene sentido echarle margaritas a los cerdos. Por supuesto que toda persona tiene derecho a decidir que su interlocutor no tiene razón, por ejemplo, porque le considere estúpido y a lo que sale por su boca, estupideces. Lo que no tiene derecho es a decidir que su interlocutor no tiene razón porque nació más tarde. Al hacerlo me obliga a esperar 17 años, hasta que yo tenga 43, para poder decirle que a pesar de la edad, no pienso como ella, y que 17 años atrás ella estaba equivocada y yo no. Desgraciadamente, dentro de 17 años yo tendré 43, pero ella no. Aún podrá volver a utilizar ese argumento.
Finalmente, mi conclusión es que yo veo cosas que a ella le pasan desapercibidas y que sus 43 años sólo le sirven para autoafianzarse más en su ceguera. Ella cree que elimina partes de la ecuación que no son importantes, consiguiendo así ecuaciones más sencillas. Pero para decidir que algo no es importante, hay que poder verlo y V me demostró que no era su caso.
La experiencia es un grado. Corrección: la experiencia puede ser un grado. Mi madre tiene 55 años y es tonta de cojones, en base a lo cual no tengo porqué creer a ojos cerrados que los 43 años de V hayan sido provechosos. Hay mucha gente que pasa por el mundo de puntillas, y V podría ser una de ellas. Por todo ello, ese argumento carece de rigor, es un insulto a mi inteligencia y es indigno de un mensista. Pero, eso no es todo. Además, es injusto.
Cuando una persona se autocoloca el título de experto en algo, -en este caso, la vida-, se relaja, se aburre y su atención disminuye en un 75%. Es un hecho psicólogico contrastado. Luego, la voz de aquel que intenta decirle que a pesar de sus años o de sus conocimientos se está equivocando, apenas se oye como un murmullo. Por lo tanto, en el momento en que alguien te lanza este argumento, el debate termina, pues no tiene sentido echarle margaritas a los cerdos. Por supuesto que toda persona tiene derecho a decidir que su interlocutor no tiene razón, por ejemplo, porque le considere estúpido y a lo que sale por su boca, estupideces. Lo que no tiene derecho es a decidir que su interlocutor no tiene razón porque nació más tarde. Al hacerlo me obliga a esperar 17 años, hasta que yo tenga 43, para poder decirle que a pesar de la edad, no pienso como ella, y que 17 años atrás ella estaba equivocada y yo no. Desgraciadamente, dentro de 17 años yo tendré 43, pero ella no. Aún podrá volver a utilizar ese argumento.
Finalmente, mi conclusión es que yo veo cosas que a ella le pasan desapercibidas y que sus 43 años sólo le sirven para autoafianzarse más en su ceguera. Ella cree que elimina partes de la ecuación que no son importantes, consiguiendo así ecuaciones más sencillas. Pero para decidir que algo no es importante, hay que poder verlo y V me demostró que no era su caso.