lunes, junio 16, 2003

Wally.

Si alguno de vosotros se sigue preguntando dónde está Wally, tengo una respuesta que darle. No sé dónde vive, pero sé que trabaja en el local situado en los bajos del número 5 de la calle Oviedo, en L’Hospitalet.

Lo sé porque llevo varios días viéndole pasar, cargando y descargando los camiones que aparcan en la esquina, entrando y sacando cajas de ese local.

Es Wally, sin duda. El pelo, las gafas, el jersey, la complexión. No lleva mochila, pero, claro, le estorbaría para descargar las cajas.

No sé si entristecerme o alegrarme de que Wally haya sentado la cabeza y se haya puesto a trabajar. Por un lado, me alegro. Supongo que dentro de poco ganará lo suficiente para cambiarse el mugriento jersey por uno más en consonancia con el siglo veintiuno, y dejará de vagabundear por ahí ocultándose entre la gente. Por otro lado, siempre me apena que un espíritu libre como parecía ser él caiga en las redes del capitalismo feroz y abandone la vida de comunión con la naturaleza y el folklore para sumergirse en la vorágine (o en la rutina) del mundo laboral.

Coñas aparte, me resisto a creer que ese tipo no sea consciente de que, con esa apariencia externa que lleva, es clavadito a Wally. Es una de las más asombrosas transposiciones del cómic a carne y hueso que he visto nunca, comparable a algunos de los personajes de Mortadelo (el súper, por ejemplo), o al señor Wilson que Walter Matthau encarnó en Daniel el travieso.

Y para no hacer otra entrada, que no tengo ganas, aprovecho la oportunidad para comentaros que he iniciado, con la ayuda de Marta, otra cruzada contra los michelines (que en mi caso incluso tienen nombre, les puse Juanito, Jorgito y Jaimito).

La dieta que seguí una vez estaba basada en consumir únicamente proteínas, de manera que el cuerpo se viera forzado a emplear las grasas almacenadas en el cuerpo. Funcionó, perdí nueve kilos, pero los recuperé en cuanto me despisté y además dicen que ese tipo de dietas aumenta peligrosamente los niveles de acetona. Como no quiero convertirme en un quitaesmalte ambulante, he decidido que el sistema que vamos a utilizar es uno que comentó una doctora por la tele. La base de cualquier proceso de adelgazamiento es ingerir menos calorías de las que gastas. La doctora indicó que el mejor sistema de adelgazar es comer más o menos lo mismo que comes normalmente, pero reduciendo considerablemente la cantidad, y hacer mucho ejercicio. Evidentemente se pasa hambre y hace falta una importante dosis de voluntad, pero nada se pierde con probar y parece ser que el hecho de no prohibirte drásticamente ningún alimento facilita psicológicamente el proceso.

Veremos qué pasa. De momento, hoy ya he desayunado la mitad de lo habitual y he cargado sacos en la tienda con una vehemencia que mis empleados encuentran muy sorprendente. Ahora mismo tengo tanta hambre que he dado varios mordiscos a los marcos de las puertas y estoy empezando a imaginar suculentas recetas de cocina a base de yeso y tochos. “Ladrille a la crême du cement”, por ejemplo.

Os informaré puntualmente de mis progresos. Hoy es el día 0, y llamaremos también 0 a la exagerada cantidad de kg que mi desvergonzada báscula me ha dicho que peso hoy. A ver
si la siguiente vez que me peso estoy en -2 o algo así.




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