martes, mayo 27, 2003

Obviedades.

Esta mañana ha entrado un hombre en la tienda (sí, todavía tengo al encargado de baja, y todavía sigo atado al horario comercial de la tienda), y me ha preguntado algo así:

- Oye, ¿no ha venido un albañil a buscar material?

La tienda es un comercio de materiales de construcción. Me he quedado unos segundos paralizado, pensando en cómo responder adecuadamente a esta pregunta. He pensado en decir que no, que esta mañana sólo había entrado un veterinario en busca de unas cuantas bolsas de plasma de rinoceronte y el comercial que me rellena la máquina de condones. Manda huevos.

El caballero, además, no ha captado que la pregunta que me ha hecho era bastante idiota. Creo que en su vida había oído hablar de los complementos circunstanciales. Se ha sorprendido cuando me lo he quedado mirando fijamente, esperando que se diese cuenta, cosa que no ha hecho, y al final he tenido que decirle, “tío, como no me des más pistas lo tenemos claro”. Sí, tenéis razón, la cortesía vendedor-comprador no es una norma de etiqueta tradicional en el ramo de la construcción.

Ha hecho un esfuerzo mental, rascándose la barbilla y la nariz al estilo de Wickie el Vikingo, y me ha dicho:

- Es peruano.

Tras este prodigio de concisión descriptiva, ya no había más que hablar. Porque, claro, yo les pido la tarjeta de inmigración a todos los albañiles que entran en la tienda a comprar, y me sé la nacionalidad exacta de cada uno. En fin, como de todos modos, cada día entran un número importante de albañiles españoles, sudamericanos, asiáticos, africanos y centroeuropeos, no he faltado a la verdad cuando le he contestado “ah, sí, ha venido, y se ha ido hace un rato”.

- Lo que faltaba – me ha contestado, y ha salido zumbando del local.

Vaya perla de cliente. No he caído en preguntarle si tiene algún pariente al que le gusten las pipas, pero seguro que sí.

Hay una historia que me han contado que siempre me ha hecho gracia, aunque no sé si es verdad o es simplemente una leyenda urbana. Un tipo entró una vez, en una armería de Dodge City, USA, con intención de atracarla un sábado por la tarde. La tienda estaba abarrotada de compradores, que tuvieron la posibilidad de comprobar in situ la calidad de los productos que estaban a punto de comprar. Para cuando el atracador cayó al suelo, ya tenía más agujeros que las cuentas de Filesa. Pues me da que el atracador y mi cliente son del mismo tipo de personas; de esas que van con una idea fija en la cabeza, y no piensan demasiado (porque no quieren o porque no pueden) en lo que están diciendo o haciendo.







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